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La expectativa de que el país podría crecer por arriba del 6% ya no es compartida por los expertos
La coyuntura inflacionaria se alimenta en buena medida de vectores externos, como el crecimiento relevante en los precios internacionales de diversos grupos de materias primas, así como de los combustibles y por un aumento también importante en los costos de los servicios logísticos.
Además, el hecho de que este ciclo inflacionario sea un fenómeno global, al que no se ve solución en el corto plazo, invita a pensar que esta coyuntura se prolongará cuando menos uno o dos años más, y que su término coincidirá con la nueva normalidad económica y social, y con la derrota final de la pandemia de Covid-19.
Esta conclusión está mermando el optimismo de los mercados, que ya empiezan a reconocer que tanto la recuperación postpandemia como el restablecimiento de los equilibrios oferta-demanda en los mercados de bienes y servicios, son objetivos que se alcanzarán plenamente en horizontes de mediano plazo.
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La expectativa de que México podría crecer por arriba del 6%, ya no es compartida por muchos expertos que han ajustado a la baja sus pronósticos a rangos de entre 5.8 y 5.9%, y ese ajuste toca también a la inflación, al grado de que algunos subgobernadores del Banco de México han comenzado a curarse en salud, señalando que este año y probablemente el que sigue, la inflación se ubicará en niveles de 7% o más.
Y ¿quién podría culparlos por ello? después de observar la resiliencia de la inflación ante las medidas tradicionales que la pretenden contener, como las operaciones de mercado abierto para restringir la liquidez o el alza gradual, pero sostenida en las tasas de interés.
En ese sentido, el comportamiento del Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC) y de sus componentes durante octubre y noviembre trajo consigo señales de alerta, porque en esta ocasión el crecimiento de los precios fue generalizado y se manifiestó en todos los componentes de la inflación subyacente, y de la no subyacente. (Gráfico 1).
En octubre, el INPC reportó un crecimiento anualizado de 6.2% y sus componentes con mayor carga inflacionaria fueron los subíndices subyacentes de mercancías generales, así como de alimentos y bebidas, con aumentos anualizados de 6.6 y 7.2%; mientras que entre los indicadores no subyacentes, el de mayor crecimiento fue el subíndice de productos energéticos que saltó de 5.7% en septiembre, a dos dígitos en octubre (13.4%).
Pero si este comportamiento de octubre encendió semáforos amarillos, la pregunta es: ¿qué luces prendieron los expertos cuando durante la primera quincena de noviembre la inflación general subió a 7.05%, y su componente subyacente creció 5.5%, el no subyacente 11.7%, el de productos agropecuarios 12.4%, y el de productos energéticos 15.3%?
Después de nueve meses seguidos con inflación por arriba del techo de 4%, con los indicadores subyacentes y no subyacentes que superan sustancialmente ese rango, y con indicadores de inflación al productor más intensos aún (Gráficos 2), resulta más que entendible el temor de las autoridades monetarias y de los expertos, de que ya se esté generando un impulso inercial en los procesos de formación de precios. De ese tamaño es el desafío.
Los dilemas de Banxico
Menudo problema tiene enfrente el Banco de México con una inflación que dobletea sus rangos básicos, en el contexto general de una economía que no termina de recuperarse, ya no digamos de la recesión provocada por la Covid-19, sino de la primera recesión experimentada en el 2019 y los resultados de un tercer trimestre en el que el PIB Nacional retrocedió -2.4% contra el valor del segundo trimestre en 2021, y con el peso experimentando presiones devaluatorias por las importantes salidas de capitales que se han estado presentando en los últimos meses.
Frente a esta compleja coyuntura, ¿Qué es lo que puede hacer el instituto central? ¿cuál es su margen de maniobra?
La respuesta podemos encontrarla en la minuta 88 de la reunión de la Junta de Gobierno de Banxico (JGB) del 11 de noviembre, en el cual una mayoría de cuatro subgobernadores reconoció que los cambios que vienen en el entorno global anuncian tiempos difíciles donde será necesario tomar algunas medidas dolorosas de política monetaria.
¿Cuáles serán esas medidas? La respuesta también está sobradamente expuesta en la minuta, aunque en el lenguaje técnico y arcano de los economistas illuminati:
México necesita mantener una postura macroeconómica sólida con medidas de astringencia monetaria, que propicien un ajuste ordenado de la economía, del mercado cambiario y de la curva de rendimientos, evitando salidas de capital.
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Lo que esto quiere decir, en otras palabras, es que Banxico debe estar dispuesto a intervenir más temprano que tarde, para ajustar a la baja los niveles de demanda a través de una política de elevación gradual de la tasa de interés de referencia, y asegurar que los rendimientos de las inversiones en pesos ofrezcan un rendimiento “ex-ante positivo” a los agentes económicos, algo que en estos momentos no sucede y que es una de las causas principales de que los capitales estén saliendo en grandes cantidades del país.
Se dice fácil, pero la verdad es que la JGB ya se ha tardado en tomar esas medidas. Como se aprecia en el Gráfico 3, desde marzo de este año, la tasa de interés ex-ante (antes de inflación) para los inversionistas se encuentra en niveles negativos y a pesar de que el 11 de noviembre la JGB decidió elevar la tasa de referencia, que es la Tasa de Interés Interbancaria a un Día (TII-1D) de 4.75% a 5.0%, su rendimiento “real” (después de inflación) es del orden de -2.1%.
Aquí, la mala noticia es que, aunque finalmente la JGB decida elevar gradualmente la TII-1D, la economía mexicana tendrá que enfrentar los consecuentes efectos de la restricción de la liquidez y del crédito, que seguramente incidirán en una menor tasa de crecimiento económico para los próximos años.
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